LA VALORACIÓN DE LA CONDUCTA DE LOS NIÑOS
Dr. Franklin Martínez Mendoza
Una de las problemáticas que
con mayor frecuencia encuentran los psicólogos en el desarrollo de la atención
clínico-educativa con los niños que presentan alteraciones de conducta, estriba
en el hecho de que gran parte de estos no tienen trastorno alguno y han sido
incorrectamente reportados como niños con problemas necesitados de la ayuda
especializada.
Esto no solo implica una
deficiente valoración del comportamiento infantil por parte del personal del
círculo, sino que igualmente repercute en la productividad del trabajo del
psicólogo, que tiene que dedicar tiempo y esfuerzo a atender casos que no se le
debían haber reportado, cuando quizás existían otros que sí lo requerían.
En ocasiones la estadística
epidemiológica de las alteraciones de conducta de los niños en círculos
infantiles ha reflejado que más de la cuarta parte de los que han sido vistos
por los psicólogos no presentan ninguna patología, lo que muestra la agudeza de
esta situación: han sido niños que, por diversas razones, su comportamiento se
ha vuelto más significativo para los adultos que lo rodean y que por un
incorrecto enfoque de lo que sucede, encuentran como una vía más eficiente
solicitar la ayuda especializada para resolver lo que consideran que no es posible
hacer por sus propio medios y esfuerzos.
¿Por qué sucede esto?... Hay
varias causas, tanto objetivas como subjetivas, y algunas de ellas las haremos
objeto de análisis.
En el cumplimiento de las
indicaciones metodológicas de la atención clínico-educativa por parte del
personal del círculo infantil, se establece que, solo cuando se hayan agotado
todos los medios y orientaciones respecto a los problemas de un niño y se
observa que no hay resultados notables, es que se le debe reportar el caso al
psicólogo para que lo atienda en sus visitas a la unidad. Sin embargo, en
muchas ocasiones cuando se recoge la historia de la problemática del pequeño se
observa que esto no se ha hecho así, y que el caso ha sido prematuramente
reportado, a veces sin que exista una sintomatología realmente significativa.
Esto, por supuesto, es totalmente incorrecto y muestra un deficiente trabajo en
este sentido del personal del círculo. Es absolutamente normal que por una u
otra razón la conducta de un niño pueda temporalmente variar de lo que es
habitual en él, sin que esto signifique en modo alguno que tenga
"problemas". Lo anterior puede obedecer a diversos motivos que
posteriormente explicaremos, y forma parte de la vida normal de cualquier niño
sin que constituya un síntoma patológico.
Pero, desafortunadamente, se
subestiman las grandes posibilidades que tiene el personal del círculo para
resolver estos problemas transitorios propios de la educación y el desarrollo
del niño, y no se hace lo que está orientado: aplicar todos los procedimientos
adecuados para solucionar la situación, así como todas las medidas pedagógicas
y psicológicas más eficientes, utilizar las vías que existen al alcance del
personal técnico para analizar el por qué ha surgido este cambio en el pequeño,
cuál debe ser el método que se ha de seguir y cómo hacerlo.
La ausencia de la ejecución
de estas medidas se concatena con otro error: se reporta al psicólogo y, en
cierta forma, no se hace nada más hasta recibir su orientación, lo que a veces
es posible que signifique un lapso grande en el que la problemática del niño
puede estructurarse y sí constituir ya un problema cuando el psicólogo visita
la unidad.
En la revista Simientes 2-77
se explica en forma amplia el papel que corresponde desempeñar al círculo infantil,
y particularmente a la directora y la subdirectora docente, respecto a la
atención de estos problemas, por lo que no insistiremos en ello en este
artículo. Sin embargo, el seguimiento correcto de las orientaciones plasmadas
en la revista de referencia, es fundamental para garantizar que lo que se habrá
de plantear en esto se realice con éxito.
Aunque, señalábamos las
causales de esta situación; una de ellas, y muy importante, radica en la
deficiente valoración de lo que constituye un comportamiento infantil normal y
lo que puede ser una desviación del mismo, que ya sí podría constituir
propiamente un "problema".
Para ello tenemos que partir
de la consideración de lo que realmente es una conducta "normal" en
un niño. En realidad, no hay nada más difícil que establecer un criterio de lo
que significa la normalidad en un individuo, y al respecto existen muchos
conceptos divergentes: lo que es normal en una persona puede no serlo en otra,
e incluso una misma conducta puede ser normal o no, de acuerdo con la
circunstancia, el lugar o la época. Esto nos lleva a tratar de definir la
normalidad de un niño en un sentido práctico de acuerdo con lo que constituye
la satisfacción de sus necesidades básicas.
Si definiéramos a un niño
"normal" diríamos que es aquel que por lo general es activo, juega,
corre, salta, brinca; que mantiene un estado de ánimo estable, alegre y feliz;
que ingiere sus alimentos con satisfacción y en la cantidad necesaria; que
duerme bien y en los períodos establecidos; y que asimila sin dificultad las
actividades educativas que se imparten en el círculo infantil.
Por supuesto, pueden haber
variaciones de estos puntos entre unos y otros pequeños y aún así la conducta
seguirá siendo normal, no es de olvidar que existen diferencias individuales, y
que unos niños serán menos activos que otros, comerán menos que estos, o
dormirán menos tiempo y sin embargo todos son normales.
Pero, en términos generales,
a los niños les agrada mucho jugar y suelen ser activos, por lo tanto cuando
observamos que alguno no lo es, y con cierta regularidad se aísla o no
participa del juego como debiera, entonces empezaremos a preocuparnos, sin que
aún podamos afirmar que tiene un "problema".
Visto lo que puede
constituir un comportamiento normal de un niño comenzaremos a analizar cómo
podemos valorar su conducta para saber si se aparta o no de lo que realmente
sería lo correcto.
En primer lugar, el
comportamiento de un niño debe valorarse con respecto a su propia conducta
habitual no aplicar esquemas iguales para todos los niños. Esto quiere decir
que si el pequeño es muy activo, una reducción de su actividad habitual tendrá
una mayor significación que si fuera un niño menos activo; asimismo si se trata
de un pequeño que coma mucho, haga un rechazo a la comida o coma menos de lo
acostumbrado, etcétera, sería también una situación que se debe considerar. Por
tanto no habrá de tenerse en cuenta la conducta aislada, sino en relación con
el pequeño en particular. Incluso, en un mismo niño, las conductas deben
analizarse particularizadas, para no incurrir en errores y compararlas con
comportamientos afines. Por ejemplo, Juanito es un niño muy dinámico y activo,
y de pronto lo vemos llorando desconsoladamente. Tenemos que inferir
necesariamente que por su dinamismo es probable que se haya caído y por eso
llore ?.Por supuesto que no, hay que verificarlo con conductas semejantes: si
suele llorar con frecuencia, si le dan perretas, si tiene poco nivel de
frustración, etcétera. De esta manera evitamos el error de establecer generalizaciones
falsas y valoramos más eficientemente su conducta.
Otro aspecto que se ha de
considerar es la relación de la conducta observada con las características del
desarrollo de la edad en cuestión. Así, si apreciamos que un pequeño del tercer
o cuarto año paulatinamente se vuelve obstinado y negativista, esta conducta no
tendrá la misma significación que si sucede en un niño del quinto año de vida.
Por qué? ... Porque en el primer caso es muy probable que se trate de una
manifestación de la crisis de los tres años que esté comenzando a presentarse,
mientras que en el otro niño no puede dársele esa connotación.
Es decir, para valorar bien
la conducta de un niño hay que conocer profundamente las particularidades del
desarrollo, sus manifestaciones, sus problemáticas, pero no incurrir en
considerar patológico un comportamiento que es perfectamente explicable- y por
lo tanto, normal- por su grado de desarrollo.
Igualmente es importante
analizar la intensidad y la permanencia de los comportamientos observados. Es posible
que en el medio familiar, o incluso en el propio círculo, el niño pase por
algún tipo de situación que le provoque un stress emocional, y esto redunda en
una modificación de su conducta. También puede suceder que la misma sea muy
intensa y llame poderosamente la atención. En este caso la lógica nos indica la
necesidad de aplicar correctos métodos educativos para ayudar a sobrepasar la
manifestación no habitual observada. En la medida en que esto sea inefectivo, y
la conducta continúe intensa y sin signos de desaparecer nos alertamos sobre la
posibilidad de un problema real en el niño.
Lo significativo que debemos comprender aquí es que la conducta no habitual puede ser relevante, pero si no se vuelve permanente o muy frecuente, es probable que no constituya un problema y solo obedezca a factores situacionales temporales que la provoquen y luego cesen.
Así, suele ser típico que en
el período de incubación de alguna enfermedad física, el comportamiento del
niño se altere y luego, al presentarse diáfanamente los síntomas de la
enfermedad se atenúen las conductas relevantes. Por ello cualquier modificación
significativa de la conducta de un niño debe observarse cuidadosamente, como
prevención de que pueda estarse gestando alguna enfermedad. Por lo general esta
sintomatología afecta primeramente los hábitos establecidos, puede suceder que:
el niño no quiere comer, tiene dificultades en el sueño; no parece interesarle
el juego, se irrita fácilmente, o no participa de las actividades, como
concomitantes psicológicas frecuentes.
Igualmente es necesario que
al valorar la conducta de los niños se analicen también las propias condiciones
de organización del círculo infantil. Si este funciona mal, hay dificultades en
el cumplimiento del horario de vida, en los procesos, o en la atención
individual que el pequeño debe recibir, es probable que sucedan alteraciones en
su comportamiento como resultado de dicha situación. Esto suele ser más
significativo cuando el número de niños reportados en un mismo círculo infantil
excede lo que sería probable por un índice epidemiológico. Por ello, cuando el
psicólogo observa que se le ha informado un número excesivo de niños en un
mismo grupo o unidad, inmediatamente dirige su atención hacia el trabajo
educativo y la organización del círculo, porque ahí estriba el origen de la
problemática y no particularmente en los pequeños. Y basta que se organice
adecuadamente la institución, y el círculo funciona bien para que
sorpresivamente, desaparezca la generalidad de los síntomas de los niños.
Pues, en este asunto que
tratamos hay un axioma que frecuentemente debemos tener en cuenta: La
problemática de los niños se refleja en su conducta, y por ella podemos valorar
si él está bien o no. Un adulto puede sentirse triste, contrariado o temeroso y
no exteriorizarlo, sin embargo, cuando el niño se asila, huye de una situación,
o da una perreta, expresa en forma viva y manifiesta lo que le pasa, y debemos
acostumbrarnos a observarlo para saber lo que le sucede. A veces estos
comportamientos son bastante imperceptibles y requieren de un buen conocimiento
del pequeño, pero en la medida en que mejor nos relacionamos con él, más fácil
será para nosotros detectar estos pequeños cambios y tomar las medidas
necesarias.
El hogar puede ser fuente
causal de una transformación de la conducta del preescolar, por lo que si hemos
valorado su comportamiento habitual, si sabemos si su conducta se corresponde o
no con las características del desarrollo en la edad, si hemos apreciado la
intensidad y la permanencia de sus síntomas, finalmente se han analizado las
condiciones de organización y trabajo educativo del círculo, y a través de este
análisis vemos que todo es satisfactorio; entonces, podemos suponer que es
posible que el origen de tal manifestación se encuentre en el hogar y que, por
lo tanto, sea indispensable conversar con los padres al respecto. A veces no es
necesario que haya sucedido un acontecimiento relevante en la casa para que la
conducta del niño se altere, en ocasiones basta un simple cambio en alguna de
las costumbres de la dinámica hogareña para que esto afecte al niño. Sólo
mediante el contacto directo y estrecho con los padres podremos valorar en
forma eficiente su conducta.
Incluso es importante considerar
los cambios que pueden sucederse dentro del propio colectivo, bien sea porque
se esté realizando el pase de grupo o subgrupo, haya habido cambios en el
personal, o en los métodos utilizados en el proceso docente-educativo,
etcétera. Todo esto puede redundar en dificultades de adaptación del niño que
de una forma u otra se reflejen en su conducta y pueden causar variaciones en
su comportamiento habitual.
La propia edad del niño
puede constituir un elemento significativo al considerar estos cambios, que
quizás resulten insignificante para un niño de edad preescolar, pero que sin
embargo, sean notablemente relevantes para otro de edad temprana.
Todo lo anterior nos alerta
sobre la necesidad de analizar con profundidad los factores que pueden estar incidiendo
en el comportamiento infantil, y de esta manera asegurar que nuestra valoración
sea realmente correcta y técnicamente bien fundada.
No obstante, la valoración
significa solo el primer paso de la atención al niño y no debemos concretarnos
a realizarla y luego de comprobar que efectivamente hay razón para considerar
que existe una modificación real de la conducta del pequeño, reportarlo para
que el psicólogo vea el caso. Es necesario e indispensable la labor directa de
todo el personal técnico del círculo que interviene en la educación del niño,
con la problemática de este, y solo después de haber agotado todos los medios y
recursos asequibles, solicitar la ayuda especializada.
El mejor modo de estrechar
esta atención depende por una parte del seguimiento correcto de las
orientaciones establecidas, y por otra de la propia iniciativa y creatividad
del personal en la solución de los problemas del niño, en el cual el afecto, la
estimulación y la solícita satisfacción de sus necesidades, constituyen importantes
aspectos para la erradicación de los referidos problemas.